jueves, 14 de febrero de 2008

Carta ficta (cuando el amor tarda en llegar)

La Paz, Baja California Sur, 14 de febrero de 2008.

Estimada persona:

Antes que nada, quiero mediante la presente agradecer de antemano el que te hayas tomado la atención de abrir el sobre y tener ante tus ojos estas líneas, que a fin de cuentas es apenas un esbozo de lo que quiero expresarte a partir de hoy que empezamos una vida juntos.

Empiezo confesando que esta es la primera vez que escribo algo que podría catalogarse como una “carta de amor”, y podrás notar que no he caído en clichés tan socorridos como empezar con un “te quiero” o “eres el amor de mi vida”. A mi juicio, son frases que tarde o temprano se gastan con el uso y la costumbre; después de este paréntesis, hablemos de las desapariciones. Evidentemente, es terrible la pérdida de un familiar o un amigo, pero es peor cuando se pierde uno mismo.

Me explico: hasta ayer la tentativa más cercana de “amor” en mi vida había transcurrido hace unos seis años aproximadamente (¡seis años!), pero por causas ajenas a mí un buen día esa posibilidad se diluyó como la arena entre los dedos húmedos del destino. De la resignación pase a la duda, posteriormente al escepticismo y finalmente al descrédito total del concepto de “querer a alguien”. A partir de ese infausto momento, sentí un vacío personal, y no estoy hablando del vacío de querer una pareja, sino de otro mucho mayor: querer una compañera. Porqué a final de cuentas, eso es la amalgama de cualquier relación humana: el apoyo moral y el compañerismo, cosas que duelen cuando se carece de ellas en la vida, que, dicho sea de paso, no ves igual si en tu infancia eres lapidado por tu presencia física y en la vida adulta rechazado por jugarretas ínfimas de los demás.

De esa desaparición hablo: de cuando se pierde la confianza en tus semejantes por temor al rechazo y la estigmatización, y uno trata de llenar esta ausencia con paliativos que hacen recordar que no es tan posible engañarse a uno mismo. Créeme, quiero aclarar, que no busco la compasión de nadie al escribir esto, sino simplemente explicarte el porqué de las siguientes líneas.

La ausencia de alguien duele, pero al menos nos quedamos con los recuerdos buenos y malos del ser amado, pero imagina una situación en que la ausencia nunca se da en el plano físico, pero si en el psíquico. Y esto viene a colación porque me han preguntado el porqué no había logrado tener una relación sentimental estable, y me veía obligado a mentir, a inventar que alguna vez había tenido a alguien, pero que se había “ido” de repente. Hasta aquí seguramente te preguntarás: ¿Bueno, y como puede desaparecer algo que nunca ha existido? Rarezas y trabucos de la psicología humana.

Por todo esto y más, quiero darte las gracias por aceptarme en tu vida, y sobre todo, por hacerlo a sabiendas de que no soy el mejor ser humano sobre este mundo, ni el más bien parecido, ni el más inteligente o el de la vida más holgada. Confieso que yo vi lo mismo en tu persona, porque estoy consciente de que en estos terrenos es muy probable que nos topemos con pared ante la realidad que desdibuja los modelos de perfección creados por anticipado.

Ahora bien, ¿Qué es lo que para mí sería deseable de tu persona de ahora en adelante? En correspondencia a la atención que has tenido en fijarte en mí, sólo pido una y solo una cosa: que seas mi compañera. No me refiero con “compañera” al hecho de salir juntos o al contacto físico constante, no; estoy hablando de que pueda confiar en ti y en que me puedas apoyar como lo haría algo de lo que he carecido por mucho tiempo: como una amiga.

Lo difícil no es tender la mano, creo yo, sino mantenerla estrechada, por lo que, además te pido que independientemente de lo que ocurra entre nosotros dos, me des la seguridad de que ese apoyo continúe, y por supuesto, en reciprocidad, yo haré lo propio.

Otro post más desde las costas de la península barataria.