sábado, 10 de mayo de 2008

La historia de todos los días

A diferencia de muchos de los que se han vanagloriado de tomarse un “periodo sabático” en su quehacer bloguero, yo me jactaría pero de lo contrario.

Quizás, caro y estimado lector (si cabe en el ciberespacio el adjetivo de “extrañarme”, puesto que, como he dicho otras veces, creo que el reino de los bytes no es de este mundo), te preguntarás el porque he dejado “tirado” este espacio.

Y respondo: En realidad no fue así.

Me explico: A raíz del último post, comencé a reflexionar acerca de la naturaleza de las relaciones entre los seres humanos (cualquier parecido con lo expresado es mera coincidencia), creo que me he convertido en alguien menos cándido y por ende, cada vez menos convencido de que Dios regresará en una Harley y quizás lo haga, según los clichés bíblicos, a lomo de bestia. Confieso que cada vez me es más difícil creer en las promesas babilónicas y macarrónicas de una elite que ostenta el poder económico, político y social.

En la quintaesencia del no pasa nada, se hace abierta apología en los mass media a cuentos de hadas sobre tesoros y aguas profundas, a un país sin violencia ni inseguridad que cada vez se desnuda más a la realidad cruda del narco y a una sociedad perfecta, sí, pero “limpia” de emos, adelitas y aventureros utópicos en selvas sudamericanas. El absurdo de borrar las diferencias para despojarse de sí mismo. Amén.

Alguna vez escribí que muchas veces, en el ámbito profesional uno acaba perdiendo el sentido de su quehacer para dejarse llevar por la rutina y las elucubraciones mentales de la sinrazón; dicen que el bautizo de fuego para el profesionista promedio aquí en Baja California Sur se da en las instancias de gobierno. Regresé a INEGI y estoy cada vez más convencido que es mejor parir chayotes que terminar abortándolos.

Por esta y otras razones no me había animado a escribir un post más. Temí caer en la repetición y el loopeo sobre lo que es más que evidente. Pero en el fondo todos, tengamos o no un blog, tenemos una historia que contarnos aunque sea a nosotros mismos. El estudiante, el empresario, el burócrata, la ama de casa, la profesora, el paria, el pobre, el rico, la prostituta, el músico, la chofer del transporte público, el anciano, el niño, la niña, el utópico, el realista, el que gana y el que pierde, el que se queda y el que irremediablemente se va.

Sólo con una mínima diferencia: a veces sobran palabras para hacerlo, pero muchas de las veces hacen falta.

Otro post más desde las costas de la Península Barataria.