A mi nuevo amigo, Carlos Ruíz Zafón,
por enseñarme que un libro no debe morir jamás, y la esencia del mismo mucho menos.
por enseñarme que un libro no debe morir jamás, y la esencia del mismo mucho menos.
Corrían los últimos minutos del año dos mil siete en aquel lugar de rancia y agreste memoria; en algún lugar del bajío había un hombre de centenaria apariencia, cuyos surcos delataban que alguna vez tuvo otra existencia más desasosegada que la que llevaba en las alforjas.
- Aquí estarás a salvo- dijo, dedicando el último adiós a aquel ilustre compañero,cuyo escondite original había dejado de ser inseguro desde hacía tiempo. Tenía, evidentemente, fe en que los cimientos de aquella casa de la calle del Pilar serían el cementerio perfecto para la memoria de Julián Carax. Que ironía. Condenado a vivir por siempre, pero lejos de su terruño.
Diez. Nueve. Ocho. Siete. Seis. Cinc. Quatre. Tres. Dos. Un.
La sombra del viento había quedado a salvo. Ahora Daniel Sempere podría morir en paz mientras su inerme cuerpo era iluminado por los anónimos fuegos de artificio que auguraban la llegada del nuevo año en la desnudez de la península barataria.
Otro post más desde las costas de la Península Barataria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario